Jamás busqué el martirio,
yo amaba la tierra.
Quería unos brazos abiertos
en los que hundir mi ternura pudiera.
Pero cuando me doblé por la carga
me echaron una cruz sobre la espalda.
Y cuando abrí la mano para acariciar
me la perforaron con un clavo de plata.
Finalmente consumida de sed
fue clavada mi lengua en la cruz.
mudo, sangrando, sangrando.
Día tras día,
hora tras hora,
a lo largo de milenios de sufrimientos.
Espero...
espero la liberación.
Hasta el momento en que se rasguen
los cortinajes de las tinieblas,
y se abra la roca hasta las entrañas,
entonces arrancaré del suelo
mi ensangrentada cruz
y blandiéndola sobre la cabeza como una espada.
Me lanzaré al asalto
de los crueles cielos de la muerte gritando;