Eres el ascua encendida
en el carbón de mi alma,
eres la cal que blanquea
las manchas de mi fachada.
Te siento en mi despertar
a cada cosa que pasa;
te siento esperar la vida
con ganas de disfrutarla,
y me contagias tu gozo,
tu ilusión, y en la distancia
quiero plantar desde aquí
una flor en tu mañana.
Quiero plantar la alegría
del que está libre por dentro,
la justicia del que sabe
alegrar el sufrimiento;
descubrir vida en lo oscuro
y darle al otro su aliento,
y del que, aunque un día erró,
no le cabe el alma dentro.
Que sepas, hijo del alma,
que tu flor la llevo dentro;
que sepas, luz de mi vida,
que aquí la sigo meciendo.
La flor del que busca y busca
calentando sus adentros
sin rendirse ante una vida
que parece de tormento;
la flor del que sabe verse
dignamente descubierto,
sin quedarse en estos días
sombríos y de desierto.
Que sepas, hijo del alma,
que tu flor me está creciendo;
que sepas, luz de mi vida,
que aquí no me estoy pudriendo.