Guardó sus cosas y miró el reloj
abandonado en la pared azul.
Abrió el periódico para no ver.
Tocó otra vez la mano del adiós.
Prendió un cigarro y sin comprender
en dónde estaba, ni cómo llegó;
volvió a mirar la cara del reloj,
cuánta distancia hasta el amanecer.
Afuera la luna, alta, alada, árabe,
más lejos las calles vacías de la ciudad
y un hombre que mira
la noche que gira.
Quitó despacio el frío pasador
que lo apartaba del pasillo gris.
Contó los pasos hasta el ascensor,
bajó a la calle solo y esperó.
Cuando el semáforo le dio la luz
cambió de esquina y abordó sin ver
la escalinata de aquel autobús.
Iba sin rostro hacia el amanecer.
Rodando la luna, alta, alada, árabe,
más lejos las calles vacías de la ciudad
y un hombre que mira
la noche que gira.
Pisos arriba tras el ventanal
una mirada sabe que acabó
la historia vaga de alguien que partió
dejando abierto el frío pasador.
La historia simple de alguien que se fue
dejando algún cigarro sin fumar,
algún periódico sin comprender,
un rostro seco que no quiso ver.
Y mira la luna, alta, alada, árabe,
más lejos las calles vacías de la ciudad
y ella tan despierta
Cierra bien la puerta.