¡Señor! yo soy un desdichado...
Enfermo estoy de tanto padecer,
yo soy un paria que sufre resignado,
abandonado, sin dicha ni placer.
Morir así, será mi estrella,
¿qué debo hacer?... Mi vida está demás.
Vea señor, yo voy buscando a ella
sin saber adonde encontraré mi santa paz...
Era mujer veleidosa,
su gesto me lo decía
y el alma se me partía
porque por ella sentía
un cariño abrasador.
Pero llegó mi derrota,
para mi martirio cruento,
y en ese golpe violento
perdí hasta el aliento,
se lo juro por mi honor.
¿Beber? En mí no está el consuelo,
no he de apagar con eso mi dolor,
van muchas noches que sufro y me desvelo
pidiendo al cielo mi ya perdido amor...
Tal vez, usted que es hombre sabio
ha de saber qué ruta he de tomar,
concédame su cálido consejo, ¡Buen Señor!
¿No es cierto? ¿Que morir es descansar?
El alcohol no me adormece
el recuerdo de la ingrata...
Ese vicio nunca mata
la tormenta que desata
el volcán de una traición.
Por la mujer agresiva
tan desleal y caprichosa
en mi vida borrascosa
una muerte lastimosa
pondrá fin a mi pasión...