(primera canción de la cantata "la primavera muerta en el tejado")
Recostada,
Desnuda de toda hipocresía,
Vestida de toda
Responsabilidad,
La vieron los vecinos sobre el espléndido tejado
Mascullando con furia sus disparos intactos
Hacia los uniformes que poblaban feroces
La calle enteramente palpitante.
Piernas finas y largas ceñidas de mezclilla,
Voz de mapas perdidos,
Cintura de provincia,
Torso enfundado
En una blusa brisa
Que agitaba el humeante estertor del invierno.
Y sus pequeños pechos de diecisiete siglos,
De diecisiete leches en sus cántaros dulces,
Cubriendo la muralla
De piedra,
Su refugio,
En donde el mar de tejas tenía sus rompientes.
Y luego: el matorral de cabellos revueltos,
Sacudido en el aire como el ala de un cuervo,
Los ojos incendiados fusilando la calle,
La boca desplegando
Su rabia
Grito
A
Grito.
Y en la mano derecha la pistola
(un pájaro enervado y negro)
Con que soñaba perforar los tanques.