No quiero que el tiempo
vaya marcando el paso del verso que me estalla,
no necesita el aire ningún diapasón,
mi voz es el viento.
No quiero y no creo
que el tiempo solicite la luz cada mañana,
que las estrellas salgan al anochecer,
pues las llevo dentro.
No, no voy a hacerlo más,
que cuando miro atrás
no veo nada,
y no es cuestión de concederle
tiempo al tiempo.
Si hay algo que es mío,
es este inexorable latido que me mide
con balas diminutas en el corazón;
yo aprieto el gatillo.
Para que dispare
lo más pronto posible esa sed de sentimientos
que quedó insatisfecha de tanto esperar,
ya no espera a nadie.
Y a mí qué me importa
que la prudencia exija que el tiempo se parcele
para quemar etapas con moderación;
los años son horas.
Después de la noche
no dejaré que vuelvan las horas a su sitio,
la geografía deja de ser inmortal;
es fuego es el orden.
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