Macizos de grandeza,
altivos y ramplones,
ceñudos ante el comunista ruso
los (...) alemanes,
todos los presidentes y cancilleres,
todos miran sombríos desde su estirpe
y su estirpe es la ruindad
por haber mutilado a la vida,
por haberla retorcido y aplastado
aquí los inmortalizaron,
o mejor dicho: los certificaron.
Entre gordos y engolados
y flacos muy malvados,
¿por qué estás aquí, Mozart?
¿por qué estás aquí, Schiller?
Bismarck y Hitler son sus vecinos,
manos y rostros de asesinos:
veo entre ellos mis enemigos.
Como sombras fatídicas aún vivas
en figuras de cera convertidas.
Miren allí cierto premier
y este otro tampoco es un ejemplo.
Pero faltan en este museo
tantos sinvergüenzas.
Habría que traerlos hasta aquí,
a este museo de cera.
Por falsos y por viles
arrastrarlos de las solapas
y sacarlos de sus butacas
que hace mucho que ha llegado la hora
de cubrirlos vivos con cera,
que se queden sin respiración,
muertos en formalina.
Seamos más rebeldes
con todos los canallas.
Es hora de arrancarlos de una vez
arrancarlos de sus tribunas
por mentirosos y sinvergüenzas,
por cabecillas de la inconciencia,
que la gente alce la voz.
Al museo de cera con ellos,
a taparles la boca con cera,
¡A trabajar, abejas!
Nos hace falta mucha cera.