Recién me doy cuenta de todo lo bueno,
de todo lo santo de aquella mujer.
¡Pobre mujercita que, en el desenfreno
de mis días locos, dejé de querer!
Decile, che hermano, que guardo manojos
de besos tan puros que no va a querer,
para deshojarlos en sus lindos ojos
llorando a su lado de dicha y placer.
Decile que vuelva; así, solamente,
podré redimirme de mi mala acción.
Con un beso bueno que ponga en mi frente,
sabré si me otorga su ansiado perdón.
Decile que vuelva, que olvide el pasado,
mi pasado amargo, bochornoso y ruin.
Decile que vuelva; traémela, hermano,
que ahora comprendo lo tonto que fui.
Junto a la amargura del remordimiento
guardo el entripado de mi mala acción,
aquellos amores se los llevó el viento
y ni rastros quedan en el corazón.
Mis veinte años fueron colmados de halagos,
me mintieron mucho y también mentí;
dejé su cariño entre grandes tragos,
en el lujo falso del loco festín.