Le oigo entrar por la puerta del salón,
abro los ojos y la veo en mi habitación,
suave, su voz me da los buenos días,
luego sube la persiana.
Me pregunta: ¿Qué tal dormiste esta noche?
Se sienta a mi lao,
le devuelvo una mueca indiferente:
No muy bien, porque
no podía alcanzar la bacinilla
y tengo que mear.
Se disculpa, la recoge, me la acerca
y se da la vuelta...
Me mueve hasta ponerme
al borde de la cama con todo el cuidado
dejándose la espalda, al fin, consigue sentarme.
Una vez que salimos del portal
está esa rampa tan difícil de bajar,
siento llegar por la pierna y el brazo
convulsiones y calambres.
Paseando por el parque nos cruzamos
a un vecino más
que se esfuerza, quiere reflejar la pena
que siente por mí.
Le diría para nada necesito
de su compasión,
solo sabe hablar sobre mi problema
y hurgar en la herida.
Dónde están los motivos
que me hagan despertarme ante un nuevo día,
para decirle al mundo ¡Aquí estoy! Aún me queda vida...
Y mi entorno no es el de hace más de un año,
me duele saber, me cuesta pensar
que seguiste las huellas de otro camino,
que te vaya bien, que seas feliz.
No te culpo, ojalá nunca te veas
en mi situación.
Solo Elisa me saluda la mañana,
me paro a pensar, que poco me queda!
Y otro día y otro día y otro día...
Le oigo entrar por la puerta del salón...