En cuanto le prestó la vida, no pudo ni decirle nada;
siempre le mezquinó sus ojos para entregarle la mirada.
El tiempo pasó con sus días y se encontró peleando solo;
sabía que, si no podía, aprendía de cualquier modo.
Caminando despacito, encontrando en la distancia
un poquito de sus días, un poquito de su infancia.
La piel se guarda las marcas y se transforma en oscura;
los colores se enriquecen, pero el alma no se cura.
Cuando reencontró sus ojos no podía decir nada,
pero tras las tubrulencias le devolvió la mirada.
Caminando solo, como un ciego estoy;
caminando voy, caminando lejos...
Y, sin darme cuenta, como un ciego estoy,
caminando voy hacia el cielo eterno.
Va bendiciendo mirar la luna
cómo se entrega, sin meditación alguna.
Como un disparo que se perdía,
se fue corriendo, cada vez que le dolía.
Tapaba sus ojos y se le caían;
desparraman duelos que nunca se olvidan.
Y quizás el viento le pasó por alto,
pero le arrastraba lo que debe irse volando.