Supe que todo había terminado
cuando te vi mover la cucharilla
despacio, como si aquella tarde
se parara el latido de la sangre
en lo oscuro de aquella gris cafetería.
No supe qué decirte, hablamos como
si hubiera sido ayer, sin ir más lejos,
la última vez que tú y yo hablamos,
la última vez que habíamos entrado
a saco por el alma y por el pecho.
Así que yo te hablé de mis triunfos,
de mis últimos versos, de mí mismo,
y casi sin mirarte, miraba tu café
que removías con exquisito interés
como si de ello dependiera tu destino.
Tú no decías nada. Sonreías.
Pensando en una cita, un amor nuevo
que esperaba aquella misma tarde.
Y en mitad del silencio alguna frase,
metralla de antiguos bombardeos.
Yo te llevé a tu casa. Nos rozamos
las caras sabiendo que ya nada
justificaría nuevas llamadas,
que nuestro corazón perdió esa tarde
interés para médicos y amantes.